Hace 27 años que me dedico a las tareas del hogar. Soy ama de casa o,
como me gusta definirme, dirijo mi propia empresa: nuestro hogar. Siempre me he
considerado afortunada por trabajar en lo que más me gusta, a pesar de que “el
hogar parece que gasta, pero en realidad gesta”.
En nuestro hogar hemos aprendido a valorar el trabajo como ámbito donde desarrollar todas tus
capacidades, donde te transformas. He podido descubrir el valor del trabajo en
sí mismo, desligado de su consecuencia lógica, que es el salario, porque éste
es el único trabajo donde no se cumple la máxima: “todo trabajador merece su
salario”. De hecho, las amas de casa no formamos parte de la población activa.
Estamos al mismo nivel que los niños o los ancianos. ¡No aportamos ningún bien
a la sociedad!
A veces me he planteado subir a casa de mi vecina-amiga, (madre de 8
hijos) y que ella baje a mi casa, y sólo por este “intercambio” de hogares,
ambas recibiríamos un salario. Ambas seriamos consideradas población activa.
Ambas aportaríamos un bien a la sociedad. El único problema es que las dos
preferimos quedarnos donde estamos, ninguna quiere dejar su hogar en manos de
la otra. Aunque no nos importaría nada que se cumpliera lo que tantas veces
solicitó el beato Juan Pablo II, el reconocimiento de este trabajo a nivel
social. Con leyes que faciliten un salario, una jubilación. Quizá algún día…
Alguien puede preguntarse: ¿por qué elegiste quedarte en casa?, la
respuesta contiene un secreto….la decisión la tomamos mi marido y yo hace 27
años, antes de que fueran llegando nuestros 7 hijos, y de mutuo acuerdo. Con
plena libertad decidimos hacer hogar, crear un ámbito donde desarrollar nuestra
futura familia y pensamos que el mejor modo era crearlo desde dentro, siendo
esposa, madre y ama de casa (por este orden). A estas alturas no sabría decir
si yo he hecho este hogar o si él me ha hecho a mí. Sólo puedo afirmar que
gracias a Alfonso, mi marido, nuestro hogar es lo que es, aunque él haya puesto
muy pocas lavadoras en éstos años. Nosotros somos los padres de este hogar,
pero por encima de nosotros está la madre-hogar, que nos ha gestado a todos.
¿El secreto de por qué decidimos que yo fuera “sólo” ama de casa?
Nunca he querido contarlo para no provocar la envidia en mi entorno… Aunque la
razón fundamental es que no sabía expresarlo, no encontraba palabras para
contar mi secreto. Ya las he encontrado. Están escritas en este libro. Pablo
Prieto ha puesto palabras, y alma, a lo que cada día se vive en un hogar: “Dios
se muda a nuestro domicilio y se sienta a nuestra mesa”. Por eso nunca he
querido estar fuera de mi casa, no sea que Dios viniera a nuestro hogar y se
encontrara la comida sin acabar o la mesa sin poner.
Teresa Díez-Antoñanzas González
Coautora
del libro Pijama para dos,
con su
marido Alfonso Basallo
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